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Hacer solo ejercicio o sólo dieta (entendiendo dieta como plan de alimentación estructurado, planificado y personalizado), pueden ser efectivos para reducir la grasa coproral, pero cada técnica tiene ciertas ventajas y desventajas.
Ahora bien, podemos decir que las ventajas de una técnica sirven para equilibrar las desventajas de la otra. La dieta va a ayudar a mantener un balance energético negativo y puede ayudar a tener una reducción rápida de peso al principio del programa, pero puede llevar a una disminución de la masa corporal magra (músculo) y por consiguiente del gasto energético en reposo (GER).
El ejercicio disminuye la velocidad de pérdida de peso, pero puede ayudar a aumentar o mantener la masa muscular y prevenir parte de la disminución del GER.
En un trabajo realizado hace ya muchos años por Thompson y otros, se usó un metaanálisis de veintidós estudios para comparar el efecto de la dieta y los programas de dieta más ejercicio sobre el índice metabólico en reposo y concluyeron que la adición de ejercicio a la restricción dietética parece prevenir parte de la disminución del GER.
En otra investigación (Garfinkel y Coscina) observaron que la baja de peso mediante la dieta es alrededor del 75% grasa y 25% de masa magra (proteína), pero la combinación de ejercicio con la dieta reduce la pérdida de proteínas a solo 5%.
El entrenamiento de resistencia añadido a un programa de reducción de peso puede también ser muy efectivo para ayudar a mantener la masa muscular o masa corporal magra. Así que, preferiblemente, tanto el ejercicio aeróbico como el de resistencia deben formar parte de un programa completo para el control de peso.
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A la hora de seguir un plan de alimentación, hay una serie de factores a tomar en cuenta para sacarle el mayor provecho a la misma y que veamos cambios rápidamente.
Uno de los factores muy importantes a tomar en cuenta es la Insulina, una hormona liberada por las células beta del Páncreas y responsable en el aprovechamiento de la glucosa como energía. El estímulo para la secreción de insulina es la elevación de la glucosa sanguínea (cuanto más elevada esté la glucosa, mayor será la respuesta insulínica), pero una pequeña cantidad de insulina está siendo segregada constantemente por el páncreas, incluso cuando la glucemia se encuentra a un nivel normal, produciendo un flujo estable de glucosa a las células del cerebro y de los músculos.
La insulina baja la glucosa de la sangre afectando a al membrana de las células musculares y de los adipositos, permitiendo que la glucosa sanguínea entre en la célula. Esta acción produce una transferencia de glucosa sanguínea a glucosa celular y explica el efecto hipoglucemiante de la insulina; también capacita a las células para recibir una fuente necesaria de energía.
Además esta hormona tiene gran influencia en la sensación de saciedad, por esto, es de gran importancia la escogencia de los alimentos para no pasar hambre o comer más calorías de lo necesario cuando se sigue una dieta de control de peso (pérdida de grasa).
Veamos cómo trabaja la insulina y cómo afecta a los niveles de glucosa en sangre y su relación con la alimentación (sensación de saciedad o más bien sensación de hambre).
La insulina participa en la regulación del gasto energético y en el uso de la glucosa como fuente de energía. Luego de que ingerimos un alimento, el organismo se encarga de metabolizar los carbohidratos y convertirlos en glucosa sanguínea. Esto produce la liberación de la Insulina al torrente sanguíneo y permite que las células puedan absorber este azúcar para ser utilizada como energía.
La glucosa también se almacena en el hígado (glucógeno hepático), aproximadamente entre 87 y 100 gramos (348 a 400 kilocalorías), mientras que los músculos (glucógeno muscular) pueden almacenar unos 350 gramos (1,400 Kilocalorías), y esto puede aumentar en individuos con masa muscular aumentada.
Ahora algo importante, proporcionar glucosa adicional a las células cuando los almacenamientos de glucógeno están saturados conduce a un exceso que se termina convirtiendo en grasa (tanto en los músculos como en los adipositos).
El glucógeno hepático es el principal responsable de la estabilización de la glucosa sanguínea, mientras que el glucógeno muscular es el principal responsable de proporcionar una fuente de energía para que los músculos puedan trabajar, tanto aeróbica como anaeróbicamente.
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